sábado, 14 de julio de 2007

La amazona del Plata



A Hernán Yervoni.

"To never say too late

Never say it's done

Make me know for real you are the one

The one that never turns

Never walks away

The one that I can trust to always stay"



Hace alrededor de doce años apareció una mujer en mi camino. Su tez absolutamente blanca y sus grandes ojos verdes incitaban a la persuasión. Si bien mi plan era contemplar ciertos fenómenos que abundan en las hembras, ella se destacaba. No se si su rostro me era familiar a aquella prima de Junín con la que fantaseaba secretamente, pero incluso su pronunciación de un falso francés me excitaba. Cuestión no muy alejada de un joven veintenero dedicado a su escrupulosa profesión de autista social. Sin trabajo, sin metas y sin escala de valor alguna; había renunciado a todo un pasado ya construido. Sin embargo, este experimento semanal como tantos otros donde adquiría una personalidad contraria y una vida diferente me parecía fascinante.
Volviendo a “ella” a quien llamaran de aquí en mas, Iseo, me dejo totalmente anonadado con su respuestas elementales. Su despreocupación por no ser simple, me la recuerdan como una dama más que original. Ante la duda de muchos de ustedes, sepan que tan noble señorita gozaba de un intelecto notable, una belleza no menor y un buen talante para las bromas ridículas. Una mujer sencillamente nada natural, aunque solo a veces no temía demostrar su afecto. Mi amistad con tan alegre espécimen me dejo considerar las posibilidades de una pequeña aventura amorosa. En este momento, a usted estimado lector, le carcome la duda de porque no fiarme hacia un amor eterno. Iseo es una chica esplendida, pero sin esa simpleza de las damas naturales; genera quizás cierto miedo amarla realmente. Ya que su sola presencia prodiga desdén entre las hembras y suspiros para los hombres. Su defecto es ser tan admirable. Para mi hoy es un reproche lejano el que me hago ante este burdo prejuicio. Entre las charlas de café y algún que otro tango arrabalero, congeniábamos de maravilla.
Ya se acercaban las pascuas cuando desapareció repentinamente. En primer lugar, me afecto de sobre manera descubrir la ausencia de mi amiga. Luego me sentí alagado por cierto egoísmo que predico sentido por la señorita. Pero al final, solo quedo el resabio amargo de no haber compartido con ella ni un solo suspiro. La empecé a buscar como un autómata por las noches de Buenos Aires (¡Ay, ciudad tan inclemente!) Como no había comprendido nada, ahora río estúpidamente por pensar en esos ojos de jade. Durante dos meses no supe nada de nada. Un buen día, después de una comilona previa a la usual gira, la dueña de la pensión me llamo a los gritos. Esta noble burguesa de clase media venida a menos, me tenia de protegido. Todas las mañanas en la cocina de tan calido lugar, me esperaba con un café con leche cargado para comenzar el día parásital. Sin duda, su grito esta vez no esbozaba ternura, apreté el paso hacia la cocina y allí estaba Iseo sentada en una silla. La imagen debo admitir me choco, quizás era ese breve resplandor que hacía al escalofrió de la nuca cuando veía la piel blanca y aquellos ojos o solamente que deseaba mas de lo que creía a la joven. La dueña refunfuño un poco y solo me permitió breves minutos antes de cerrar la puerta de entrada.
No obstante Iseo me miro imperativa, tomo mi mano y la puso en su mejilla levemente rozada. Su celo crecía de manera descomunal, pero nada mas buscaba la forma de despedirse. Que joven tan radiante, pensé. Pero ella como si hubiera sido ultrajada por la lágrima que rozo su pómulo, frunció el ceño y se permitió un beso con sus rojos labios.
Sus aires intelectuales triunfaron, dicen que ahora es una gran Safo o una ninfa olímpica. A mí por otra parte me resuenan sus palabras previas al suicidio de su espíritu. –Querido, renuncio a vos para cambiar el mundo, renuncio a tu amor y renuncio a mí. Los ojos se me llenaron de lagrimas, no se si era la incomprensión del asunto o la vastedad de la declaración. Ella como amazona del Plata, comprendió sin (yo creía) conocerme que pronto la dejaría. Que la belleza me atrapaba, pero la natural, no su extraña y anhelada beatitud lejana. La mas extraordinaria de todas, y en sí la mas sincera. Iseo es el nombre de mi amor, un día se alejo de mí en un comedor maltrecho. Me miro, río entre dientes y dejo escapar un suspiro. De esos que solo dan los viajeros, cuando zarpan de su patria para buscar su destino.

3 comentarios:

Gabriela dijo...

jaaaaaaaaa!, si, Diego Ferreyra esta chiche bombón (despues hablamos en detalle). No sabes como bailaron despues, ¡¡¡¡la rompieron!!!!!
El finde nos vemos asi festejamos el dia del amigo alla nosotras.

Besotes, I love u

Anónimo dijo...

El misterioso deseo de desear lo indeseado

Anónimo dijo...

leyendo... =)